
Deambulo por la vida secuestrada por mi propia mente, absorta en sensaciones que ni siquiera sé si son ciertas, y perdida en recovecos de dudosa realidad. Me deslizo despacito, sin hacer mucho ruido, no tanto para no molestar, sino para evitar salir del sopor que me envuelve y acompaña mi existencia. Y los días se suceden unos tras otros como los pasos de un corredor de fondo, continuos, monótonos, dosificados, con la cadencia de un ritmo infinito y eterno.
Pero ahora deseo la llegada de un sprint final y que la adrenalina circule de nuevo por mi adormecido cuerpo. Ya no me consuela saber que no soy la única competidora en esta carrera. Sé que existe una meta y que sólo hay recompensa para el primero que la cruce, no existen premios de consolación para los demás.
Aspiro a mi corona de laurel y pretendo que la cinta de seda que señala el colofón, se quede adherida a mi pecho como un tatuaje.
Quiero y puedo escapar de la corriente que me arrastra, no deseo ser un tronco flotando en las turbulentas aguas de este río y ser empujada a un destino incierto, al menos, no sin haber luchado hasta la extenuación. Quiero decidir en qué orilla descasaré. He soñado esa orilla toda mi vida, la conozco, la anhelo y ahora más que nunca, se lo cerca que estoy de ella.
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