martes, 20 de octubre de 2015

Ojos desnudos



Desde el mismo momento en que nacemos una fina venda de seda suave y sedosa cubre nuestros diminutos y vírgenes ojos. Esa venda es tan sutil que no somos capaces de apreciarla y es tan delicada e invisible que ni siquiera los que nos rodean pueden verla. Pero ahí está ella, para acompañarnos el resto de nuestra existencia  condicionando cada decisión que tomemos, guiándonos en cada paso de nuestra vida y aunque es tan efímera a la vista tiene una misión vital en nosotros. Cada uno nacemos con nuestra propia venda, a veces de un color, a veces de otro. En ocasiones casi transparente, en ocasiones turbia, pero sea como fuere, siempre está allí y hace que nuestra percepción de la vida sea una u otra. Vemos a través de ella y guiamos nuestros pasos bajo su influencia aunque no seamos conscientes de ello.
En la más tierna infancia esa venda suele ser de un tono pastel suave y cálido, por lo que la vida se nos plantea como algo dulce, acogedor y protector. Pero la venda tiene vida propia y posee la capacidad de ir transformándose según transcurren nuestros días. Es tan poderosa que incluso puede cambiar varias veces dentro de un mismo día y además  posee otra cualidad increíble y es la de mimetizarse con las vendas que tenemos a nuestro alrededor, porque aunque nosotros no podamos verlas, ellas si pueden verse entre sí, se sienten, se intuyen y en ocasiones conectan entre ellas.
Y así, mientras nos deslizamos por la vida, ellas son el caleidoscopio único y personal que nos dirige, nos guía y nos acompaña.
En ocasiones esa venda será tan opaca que no seremos capaces de ver más allá de nosotros mismos, otras veces se tornará de un suave color melocotón que nos hará pensar que todo lo que nos rodea es tan cálido que nada puede hacernos daño y así, día a día, casi minuto a minuto nos mostrará un mundo cambiante, confuso a veces, dulce, cruel e incluso hostil y así hasta el infinito, porque ella no tiene límites, no hay visión que ella no pueda ofrecernos si se lo propone.
Pero hay algo que esta venda tan poderosa no puede evitar a pesar de su infinito poder, y es el envejecer junto a nosotros, pero eso sí, ella envejece a su propio ritmo que no siempre coincide con el nuestro. Y así, una persona de corta edad puede llevar una vieja, raída y ajada venda que envejece la visión de quien la lleva y por el contrario, una persona con muchas décadas sobre sus espaldas, puede ir cubierto con una fresca, lozana y elástica venda.
Pero un día, esa venda se cae, nos abandona, deja de ser el filtro con el que vemos la vida y muy a su pesar, deja que por primera vez en nuestra corta, o larga existencia, seamos nosotros y solo nosotros los que percibamos el mundo con nuestros desnudos ojos. Ese día inexorablemente llega para todos y cuando eso sucede no podemos dejar de echar la vista atrás y tratar de rescatar de nuestra memoria, cada uno de nuestros días vividos y calibrarlos desde nuestra nueva percepción de la existencia.
En ocasiones no seremos capaces de apreciar la diferencia de haber llevado esa venda o no, en otras, el contraste será tan dramático que sutilmente moveremos la cabeza de un lado a otro a modo de negación silenciosa preguntándonos a nosotros mismos  como pudimos estar tan ciegos.

Pero sea como fuere, ahí comienza nuestra nueva vida, la que llevaremos de ahí en adelante, porque aunque tratemos de ponernos una nueva venda para seguir percibiendo como lo habíamos hecho hasta entonces, nunca será lo mismo. Esa venda será algo artificial, algo ajeno a nosotros y nunca llegará a ser la autentica venda  con la que nacimos, sino una máscara  con la que escondernos o con la que protegernos de los demás, o incluso de nosotros mismos. Pero  solo nuestros miedos decidirán  si finalmente nos  ceñiremos el nuevo antifaz, o por si por el contrario afrontaremos esa nueva existencia con nuestros ojos desnudos.