
En la más tierna infancia esa venda suele ser de un tono
pastel suave y cálido, por lo que la vida se nos plantea como algo dulce,
acogedor y protector. Pero la venda tiene vida propia y posee la capacidad de
ir transformándose según transcurren nuestros días. Es tan poderosa que incluso
puede cambiar varias veces dentro de un mismo día y además posee otra cualidad
increíble y es la de mimetizarse con las vendas que tenemos a nuestro
alrededor, porque aunque nosotros no podamos verlas, ellas si pueden verse
entre sí, se sienten, se intuyen y en ocasiones conectan entre ellas.
Y así, mientras nos deslizamos por la vida, ellas son el
caleidoscopio único y personal que nos dirige, nos guía y nos acompaña.
En ocasiones esa venda será tan opaca que no seremos capaces
de ver más allá de nosotros mismos, otras veces se tornará de un suave color
melocotón que nos hará pensar que todo lo que nos rodea es tan cálido que nada
puede hacernos daño y así, día a día, casi minuto a minuto nos mostrará un
mundo cambiante, confuso a veces, dulce, cruel e incluso hostil y así hasta el
infinito, porque ella no tiene límites, no hay visión que ella no pueda
ofrecernos si se lo propone.
Pero hay algo que esta venda tan poderosa no puede evitar a
pesar de su infinito poder, y es el envejecer junto a nosotros, pero eso sí,
ella envejece a su propio ritmo que no siempre coincide con el nuestro. Y así, una
persona de corta edad puede llevar una vieja, raída y ajada venda que envejece
la visión de quien la lleva y por el contrario, una persona con muchas décadas
sobre sus espaldas, puede ir cubierto con una fresca, lozana y elástica venda.
Pero un día, esa venda se cae, nos abandona, deja de ser el
filtro con el que vemos la vida y muy a su pesar, deja que por primera vez en
nuestra corta, o larga existencia, seamos nosotros y solo nosotros los que
percibamos el mundo con nuestros desnudos ojos. Ese día inexorablemente llega
para todos y cuando eso sucede no podemos dejar de echar la vista atrás y
tratar de rescatar de nuestra memoria, cada uno de nuestros días vividos y
calibrarlos desde nuestra nueva percepción de la existencia.
En ocasiones no seremos capaces de apreciar la diferencia de
haber llevado esa venda o no, en otras, el contraste será tan dramático que
sutilmente moveremos la cabeza de un lado a otro a modo de negación silenciosa
preguntándonos a nosotros mismos como
pudimos estar tan ciegos.
Pero sea como fuere, ahí comienza nuestra nueva vida, la que
llevaremos de ahí en adelante, porque aunque tratemos de ponernos una nueva
venda para seguir percibiendo como lo habíamos hecho hasta entonces, nunca será
lo mismo. Esa venda será algo artificial, algo ajeno a nosotros y nunca llegará
a ser la autentica venda con la que
nacimos, sino una máscara con la que
escondernos o con la que protegernos de los demás, o incluso de nosotros mismos. Pero solo nuestros miedos decidirán si finalmente nos ceñiremos el nuevo antifaz, o por si por el contrario afrontaremos esa nueva existencia con nuestros ojos desnudos.