lunes, 18 de octubre de 2010

¿A que huelen las nubes?


Inmisericordes se muestras los días que transcurren rasgando el tiempo, dejando estelas de sensaciones inacabadas y de suspiros entrecortados. Correr tras ellos es ardua tarea, e incluso inútil diría yo. Pero nos empeñamos en emprender constantes maratones aun a sabiendas de que no existe meta alguna, que no hay un premio al final del trayecto porque ni siquiera hay un final. No importa, debemos correr despavoridos, jadeando por la fatiga y por la falta de aire.
¡Más rápido, más lejos! El corazón se nos sale por la boca, a algunos incluso en sentido literal, pero no hay tiempo que perder, ¡más rápido, más rápido! Alguien cae delante de nosotros pero no podemos ayudarle, no debemos, es nuestro enemigo. Hay que pisotearle asegurándonos de que así no volverá a levantarse. Un competidor menos. ¿Pero un competidor de qué? ¿Por qué estamos corriendo? ¿Hacia dónde? ¿Para qué? No importa, ya pensaré en ello después. ¡Rápido, rápido!
Hasta que un día nos damos cuenta de que hemos pasado tanto tiempo corriendo, que hemos olvidado cómo se camina. En algún momento de la carrera dejamos de mirar a nuestro alrededor y nunca llegamos a saber cómo es el verdadero olor de las nubes, o como sabe una caricia. Pero que importa ya eso. Fuimos maratonianos por toda una vida, ahora qué más da.